Cuando las cosas se ponen feas suelo esquivarlas. Me escondo en mi “mí” y me paseo por mis alrededores hasta que mi propio “yo” me da un golpecito amistoso en la espalda y me cuenta eso de que en esta vida hay que ser valiente, levantar la cabeza y mirar de frente a los ojos, como cuando se brinda con vino o cava del bueno.
A fuerza de los golpecitos amistosos de mi propio “yo” he aprendido a masticar todo tipo de alimentos sólidos, a digerir los trozos más sucios de la realidad y a buscar oportunidades hasta en los contaneirs. Y reconozco que, desde que practico esta técnica tan poco ortodoxa, las cosas feas son menos feas y además me río el triple.
Sirva esto de consejo / sugerencia / “lo dejo ahí” para los que siguen pensando que un “no” es mucho más que un “no”.
Pues no.
Mancharse el corazón, en los tiempos que corren, tiene premio.
jueves, 2 de septiembre de 2010
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