Busco un “no”. Un “no” con cara de idiota y mirada de punto final que me muerde todas las noches. Eso sí. Que nadie se inquiete. La rotundidad de mi “no” es selectiva. Y va directo a por mí. Se me cuela por las orejas y me ensucia las neuronas con su miedo envenenado.
El “no” del que os hablo es pequeño, mayúsculo y cruel. Sí. Lo es. Como esos dictadores que te matan cualquier “quizás”. Como el verdugo encapuchado que se esconde de sus propios ojos. Como la intransigencia de los más necios.
Llevo semanas oliendo su azufre y escribiendo, en sus sombras, cientos de “síes” altos, fuertes y superlativos. Pero este “no” mío, que se disfraza de grito en cuanto me giro, tiene más voz que alma y menos compasión que vergüenza. Y eso duele.
Si alguien lo intuye, lo sueña o lo siente, que me preste en abrazo y un par de sonrisas. Yo creo que con eso y un buen plan, lo fulminamos.
viernes, 1 de julio de 2011
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