Ayer le compré un billete de ida a mi nostalgia.
Tiré sus vestidos. Sus fotos. Sus nombres. Con mucho respeto y sin un ápice de rabia.
Le hablé de su nuevo destino. De olores desconocidos y sabores cordiales. De mi presente y de su futuro. Y de la necesidad de mis manos de abrazar con los dedos nuevas palabras.
Me miró sin mirarme. Me odió, lo sé.
Y entre sueños, la escuché insultarme como sólo insultan los que se sienten perdidos.
domingo, 18 de julio de 2010
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