Hay días oscuros y días opacos.
Doy fe de que los opacos son los peores.
Se te agarran a los huesos con una fuerza parasitaria atroz y te chupan hasta el calcio sin permisos ni perdones.
A los días opacos deberíamos castigarlos sin cena, sin tele y sin paga semanal. Sumirlos en la más sumisa indiferencia y sacarles la lengua. Ponerlos de rodilla y obligarlos a copiar 100 veces “no volveré a ser un día opaco”.
Así, y sólo así, aprenderían que las personas humanas somos una y no 51.
Y que tenemos alma, coño.
miércoles, 19 de enero de 2011
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