Y te dices mil veces lo que te dijeron otros.
Que no. Que ese espécimen no era para ti. Demasiado bajo. Demasiado alto. Demasiado simple. O muy complejo. Un auténtico egoísta. Y un idiota.
Y te cuesta entender cómo tú (con tus inquietudes y virtudes) acabaste en los brazos de un tonto cualquiera. Tú y tú. Tan lista y tan mona. Tan precavida y tan cauta. Más escéptica que la sombra de una esquina. Y sin embargo ahí estás. Embargada de reproches. Con menos alma que un sello. Ofuscada y encogida. Triste.
Y te buscas en los demás, que son esos otros que también se equivocan. Hasta que te susurras “basta”. Eso sí. Siempre y solo después de pagar el peaje del tiempo.
Y un día llega este día. El día en el que te quitas, sin ningún esfuerzo, el par de zapatos de cristal que esclavizó tu destino con bailes muertos.
viernes, 11 de marzo de 2011
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