Siempre he pensado que en el diccionario del día a día hay tres tipos de palabras. Las que acarician. Las que se abstienen. Y las que duelen.
Me preocupan especialmente estas últimas. Su carácter rotundo las hace despiadadas. Las viste de incertidumbre. Y las peina con nuestro miedo. Son palabras que escuecen, sudan, estresan y muerden.
Esta semana las he visto. Volaban rasas a pocos metros del suelo, esperando la suerte débil de unos cuantos infelices. He olido su pulso nervioso y esos dedos de hielo con los que otorgan cuando callan. Entre otras lindezas, me han dejado un “no” mustio, un “finalizado” muy borde y hasta un “gracias”.
Y me he sentido tan absurda como un domingo sin electricidad. Ansiosa y estática. Con el único consuelo de avisaros.
miércoles, 30 de marzo de 2011
sábado, 19 de marzo de 2011
Orgullosa de mí
De mis manías.
De mis recuerdos.
Y de ese aire que guardo en el ánimo cuando llueve mucho.
Orgullosa de mis uñas.
De estos dos ojos casi negros.
Y esos 50 quilos que pesan tan poco.
Orgullosa de mi intuición.
De mi intención.
Y mi vocación.
Siempre frágil.
Y siempre otra.
Por mí y conmigo misma.
Yo.
De mis recuerdos.
Y de ese aire que guardo en el ánimo cuando llueve mucho.
Orgullosa de mis uñas.
De estos dos ojos casi negros.
Y esos 50 quilos que pesan tan poco.
Orgullosa de mi intuición.
De mi intención.
Y mi vocación.
Siempre frágil.
Y siempre otra.
Por mí y conmigo misma.
Yo.
viernes, 11 de marzo de 2011
Dame amor y dime tonto
Y te dices mil veces lo que te dijeron otros.
Que no. Que ese espécimen no era para ti. Demasiado bajo. Demasiado alto. Demasiado simple. O muy complejo. Un auténtico egoísta. Y un idiota.
Y te cuesta entender cómo tú (con tus inquietudes y virtudes) acabaste en los brazos de un tonto cualquiera. Tú y tú. Tan lista y tan mona. Tan precavida y tan cauta. Más escéptica que la sombra de una esquina. Y sin embargo ahí estás. Embargada de reproches. Con menos alma que un sello. Ofuscada y encogida. Triste.
Y te buscas en los demás, que son esos otros que también se equivocan. Hasta que te susurras “basta”. Eso sí. Siempre y solo después de pagar el peaje del tiempo.
Y un día llega este día. El día en el que te quitas, sin ningún esfuerzo, el par de zapatos de cristal que esclavizó tu destino con bailes muertos.
Que no. Que ese espécimen no era para ti. Demasiado bajo. Demasiado alto. Demasiado simple. O muy complejo. Un auténtico egoísta. Y un idiota.
Y te cuesta entender cómo tú (con tus inquietudes y virtudes) acabaste en los brazos de un tonto cualquiera. Tú y tú. Tan lista y tan mona. Tan precavida y tan cauta. Más escéptica que la sombra de una esquina. Y sin embargo ahí estás. Embargada de reproches. Con menos alma que un sello. Ofuscada y encogida. Triste.
Y te buscas en los demás, que son esos otros que también se equivocan. Hasta que te susurras “basta”. Eso sí. Siempre y solo después de pagar el peaje del tiempo.
Y un día llega este día. El día en el que te quitas, sin ningún esfuerzo, el par de zapatos de cristal que esclavizó tu destino con bailes muertos.
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