martes, 23 de noviembre de 2010

La colada de los inviernos

Me despierto. Ni pesadillas. Ni sudor frío. Ni esas otras cosas que ocurren en las películas. Eso sí. Es madrugada y hace un silencio que pela. No tengo miedo, sólo sed y pensamientos.

La última vez que me desperté así, mi cabeza (que es algo parecido a una lavadora de octava generación) estaba acabando de centrifugar. Hoy no. Hoy, las ideas y las palabras restan húmedas y limpias en mi hemisferio más inofensivo.

Cierro los ojos. Las seco y las tiendo. Por la mañana desteñirán café y, con un poco de suerte, podré acariciarlas como se acaricia a los muertos.

Bebo agua. Respiro. Y con la misma inercia que da la inercia, me acuesto. Doblo las rodillas, las acerco al pecho y entre vacíos y huecos, con el disfraz de mi propio abrazo, me duermo.

martes, 16 de noviembre de 2010

Margaritas

A mí también se me pudre el ánimo cuando deshojo los periódicos. Sí. No. Sí. No. Sí. No. Y me da por cobijarme en la ficción de los libros que ya he leído, por aquello de reencontrarme con las mentiras que mejor conozco.

Hace meses que creo que no hay mal peor que el que late en los músculos ignorantes. Que somos todo o nada en función de lo que nos pesa el sentido común. Ese sentido común llenito de rarezas que nos define por lo qué pensamos, sin calibrar que lo qué sentimos duele más y cunde menos.

Me pido otra cerveza y cuento hasta 28. Dejo el periódico donde estaba y bebo para olvidar que bebo. Porque, como decía aquel, aunque tú no lo veas, esto que ahora lees, es una boa constrictor que se ha tragado un elefante.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Más

Creces.
Porque el cuerpo manda y el alma aprieta.
Te burlas de los centímetros y empiezas a contar los días, como el que cuenta números de teléfono, amigos de Facebook o anécdotas ridículas.
Y sabes que creces porque se te relaja el miedo.
Porque los cafés saben a recuerdos y las canciones a canciones.
Porque decir “ayer” te cuesta menos, y la boca se te llena de un “hoy” con el que nunca imaginaste que discutirías.
Y piensas en ti. En tú ti. Y en todas las veces que juraste que un “sí” no tenía precio.
Pero ya no lloras.
Ahora sabes que crecer es mucho mejor que despedirse.

martes, 2 de noviembre de 2010

Y

Y no entiendes.
Y no sabes.
Y no quieres.
Y te quedas con esas palabras que te resultan huecas.
Porque te da absolutamente igual tener los labios de Angelina Joly o parecerte a Nataly Portman.
Porque nadie te enseñó que la belleza es un grado y que, gracias a ella, puedes acceder a los rincones más privilegiados del alma.
Y sonríes.
Muchas veces.
Por inercia, o porque necesitas que alguien con los ojos vividos te diga que no estás sola.
Que siempre tendrás una mano. O dos.
Y vuelves a casa con eso. Con lo que queda del día y lo que te falta de noche.
Escondiendo y escondiéndote.
En ti. En tú.
Y en ese hueco en el que sólo tu cuerpo comprende.