viernes, 17 de junio de 2011

No me llames Dolores, llámame Lola

Vale. Venga. Hoy os voy a contar un secreto.
Pero eso sí. Que nadie se lo diga a nadie. Todos mudos y con el candado de la cremallera puesto.

Hace cosa de un mes le robé una de sus 7 vidas a mi gata Lola. Haciendo un cálculo rápido, deduje 2 cosas: que 6 vidas son más que suficientes para hacer frente a la eternidad más eterna y que a mi Lola, ese peluche con uñas que duerme acariciada en mis huesos, no le importaría nada vivir con un poco menos de munición de repuesto.

Con mucho pudor me calcé su destreza, su porte y su riesgo. Y como el que susurra en el ruido, me inmiscuí en la rutina felina del indefenso. Ahora mismo ando descalza por las barandillas. Me acurruco en los cajones. Me camuflo en el silencio. Salto al vacío desde lo que me parece un abismo y caigo de pie, para sentir finalmente la libertad inconsciente de los que saben vivir con el peligro del intento.

Desde que vivo como Lola soy menos yo, pero soy más yo durante mucho más tiempo. Y lo mejor de todo (y ahí va el secreto)…ni siquiera pienso.

lunes, 6 de junio de 2011

Tengo

37 años + casi 1 – 4 días.
48 kilos que me caben divinamente en 1.62 cms.
Una madre que hace milagros con dos manos y 10 dedos.
Un hermano con un par de esos muy bien puestos.
Una cuñada con una estrella Michelin enorme.
Dos sobrinas medio de allí, que viven aquí y huelen a mí.
Una hipoteca de 90 m2 con terracita.
La capacidad de escribir y las ganas de hacerlo con ganas.
Ningún capricho frustrado y muy poquitas tonterías de las tontas.
Unos cuantos meses sabáticos que le robé a las nóminas del pasado.
Sueños grandes que caben en botecitos transparentes.
Una gata que habla Miau-jiri con acento catalán.
Una coneja sin prisa.
Y mi bicicleta.

Por todo eso, que es mucho y sabe a tanto, este junio me pido una ronda de “que me quede como estoy”, con sus dos cubitos de quiero y su tapita de abrazos. Y a brindar todo Dios…que ésta la pago yo.