miércoles, 24 de marzo de 2010

Hoy me pide luz el argumento de esa criatura de papel que insisto en llamar novela

Siempre he querido escribir una historia sobre dos personas unidas por una “i”. Mejor dicho. Siempre he querido escribir una historia sobre dos personas unidas por una “y”, que se pronuncia como una “i” pero se escribe como una “y”.

Una historia escrita como las frases coordinadas que aprendíamos en las clases de lengua castellana en el colegio. Con una estructura simple. Un par de sujetos, un verbo y distintos predicados. Algo que no dé lugar a confusión (es decir, a suspenso en lenguaje académico). Algo que motive la vocación de ese profesor frustrado que escribe una frase con tiza en la pizarra para que una pandilla de inmaduros se atreva a bautizar su suma de palabras.

Siempre he pensado que esas dos personas tendrían un nombre de 3 letras. Dos consonantes y una sola vocal justo en medio, como los pesos que utilizaban las balanzas antiguas. Nua y Leo. Nua i Leo. Esos son los nombres de mi historia.

Siempre he imaginado que a Nua la vestiré de mujer frágil. Con aspecto de niña agitanada. Un corazón hermético, y una mente inquieta y libre. Ella será mi voz. La voz de la “escritora” que se mutila lentamente para escribir una historia. La voz de un alma, al fin y al cabo. Nua coserá mis frases con el ruido de mis dedos y el criterio de su personalidad. Porque una vez que Nua empiece a hablar yo la dejaré fluir, y me esconderé entre estos párrafos iniciales para no interferir en su destino ni añadir una palabra de más. No sea que me deje sola sin una vida que contar.

Leo será una marioneta de carne y hueso. Pero sin cuerdas de carne y hueso. Un ser de una simplicidad mezquina, como la verdad. Un espejo para Nua y un alivio para mí.
Leo será un regalo para todos los que busquen justamente eso: un niño que crece a la velocidad de un hombre.

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