miércoles, 9 de febrero de 2011

Arte

Lo mejor de ser géminis (me refiero al hecho de ser “presuntamente” inestable, versátil y voluble) es que, en cuestión de horas, puedes pasar de escribir sobre negro a escribir sobre blanco sin que te tiemble el pulso ni la conciencia. A este curioso fenómeno algunos los llaman frivolidad. Pero no. No de la buena. Juro, por todas las palabras que me sé, que es pura supervivencia.

El arte de cambiarse de acera, de renglón o de silla tiene su complejidad. Para empezar, hay que moverse. Y moverse, con la humedad meteorológica y mental que está cayendo, tiene sus riesgos.

Al verbo “moverse” hay que sumarle el desgaste proporcional de coherencia / sentido común implícito. Y restarle el conformismo ambiental, la pereza universal y las pocas ganas de tener ganas.

El resultado (para los que se atrevan), ya adelanto que da un número negativo y primo. Muy primo. Pero es que la matemática literaria tiene estas cosas.

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