domingo, 9 de mayo de 2010

Alicia en el país de las pesadillas

Ni blanco ni negro ni gris.
Alicia (que soy yo) prefiere escribir su silencio en cuartillas de color azul. El nombre marca, seguro. Absurda inocencia la de mi madre, dispuesta a parir a una Alicia real en el país de las maravillas. A ver quién le explica ahora que no existen bosques con hadas en este siglo.

Alicia (que sigo siendo yo) se acuesta temprano para inventar un mundo más acorde con el de su sino. Precisamente ayer, vi un conejo curioso que arrastraba un reloj por el cuarto de baño de mi habitación. El paso del tiempo es pesado, me dijo. Abrí los ojos y el conejo desapareció. Me pasa a menudo. Sonrío satisfecha y camino indefensa por los senderos verdes de mi imaginación. Flores y duendes me abren las puertas y yo, confundida, les cuento que vivo feliz en un reino de causas perdidas. Personas de hielo, jefes apagados, niños con corbata, calles asfaltadas, bares desgastados, fuentes de rutina. Un país de hombres y mujeres con adjetivos.
No creces, Alicia. Y no crezco. El paso del tiempo es pesado, les digo. Crecer es correr y yo sólo corro cuando tengo frío.

Alicia (cuando es menos yo) se enfunda en un traje chaqueta de lino, ingiere café y se muerde los labios. Me habla de tú, me hiere, me agita. Es fuerte, perversa y competitiva. Yo juego con ella a hacer de mujer. Lloro en los lavabos, río en las reuniones, miento si respiro. No es fácil ser otra cuando se tiene el placer de haberse conocido.

La Alicia real es más que consciente del precio al que están las maravillas y, a fuerza de intentos, las imagina. Personas de azúcar, jefes soleados, niños con babero, calles de papel, bares confitados, fuentes de saliva. No quiero creerme que la realidad envejece sin contar conmigo.

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